Los emigrantes

Desafiando la polisemia característica de toda representación artística, el visitante ávido de sentido de la serie de Alejandro Lipszyc denominada «Los emigrantes» se dice a sí mismo, secretamente, que la ciudad tiene una conducta cíclicamente expulsiva. Sin embargo, relativiza al instante su hipótesis pues cree escuchar las voces de quienes protagonizan un relato de conjunto. Mientras tanto, «Los emigrantes» exhibe, por separado, el exilio de treinta personas al momento de abandonar Buenos Aires en medio de una despiadada crisis económica. Todo el conjunto devela una condición urbana y contemporánea.

Las caras son serias, aunque no tensas. Algunas de las mujeres parecen tristes, sobre todo Jessica Garbarino, Bettina Yattah, Cecilia Cabrera y la señora Sanders. Los 7 niños diseminados en las distintas escenas tampoco se ríen. Pero nadie se muestra abatido, no hay señales de guerra, ni de hambre, ni de devastación alguna. Hasta las casas que dejan nuestros ya familiares emigrantes parecen habitables y cómodas. El lector asociativo conjetura de inmediato que estas escenas guardan pocas semejanzas con otras situaciones dramáticas de la historia argentina. Sin embargo, se turba nuevamente tal vez porque se da cuenta de que estas imágenes que aparentan unidades acabadas no terminan de cerrarse.

En efecto, las múltiples caras sumadas al telón de fondo articulado por la serie casa/barrio/Buenos Aires y a la captura del momento exacto de la partida- maletas en derredor- dan a pensar en una doble condición de orfandad. Dejan la ciudad, la ciudad los deja. ¿Quién abandona a quién? En última instancia, la retórica minimalista de «Los emigrantes», tal como lo hacen los recortes no pretenciosos de fondo, podría proveernos algunas claves para reponer la importancia de ver la historia como una trama de las singularidades.

Si la historia puede pensarse en términos de continuidad marcada por la presencia humana que desecha y guarda, «Los emigrantes», muestra, como en una novela, cierta fascinación por lo que escapa a todo centro. Mientras tanto el relato despeja la memoria y revela una teoría sobre la fotografía como huella, no como totalidad. El espectador no descansa.

Mirta Gloria Fernández. Buenos Aires, Abril de 2008.

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