Los Clubes

Sé de buena fuente que Alejandro Lipszyc es un gran aficionado al fútbol, pero no si es un nostálgico. Si sus fotos presentan un enigma es precisamente éste de la nostalgia. El Casares dice que la nostalgia es el “pesar que causa el recuerdo de algún bien perdido”. Nostos es el regreso a casa; algos, el dolor: un dolor por volver al hogar perdido. Pero no estoy tan seguro de las fotos que Alejandro ha hecho para su serie Los Clubes provoquen más dolor por el pasado que por el presente. Supongo que depende de cada uno. Mi experiencia de Buenos Aires se remonta al 2005, a la primera vez que la visité, y aunque soy capaz de leer con alguna soltura el palimpsesto de esta ciudad, me falta información y vida en ella como para poderme abandonar al lujo de la nostalgia por algunos de sus tiempos pasados, sin que eso parezca una impostura por mi parte.

Así, mi ojo y mi experiencia son ajenos a esa vía de retorno que parecen ofrecer las fotos de Lipszyc. Según me han contado, en Buenos Aires hubo innumerables clubes de barrio—sociales y deportivos—de los que sobreviven unos cuantos. Hay que recordar que a menudo esos clubes pertenecían a asociaciones de inmigrantes, o a sindicatos, pero también a grupos que se formaban por amor al deporte. Algunos crecieron y se convirtieron en los grandes clubes de fútbol que llaman la atención en todo el mundo. Otros fueron perdiendo fuerza y socios; pasó el tiempo, los hijos de los inmigrantes se asimilaron, los de los obreros fueron a la universidad: la estructura social (o como quieran llamarla) cambió, los viejos vínculos desaparecieron o pasaron a ser otros u otra cosa.

Muchas de las personas con las que hablo en Buenos Aires se quejan de la “disgregación social”, una especie de sálvese quien pueda que invade las consciencias, los actos, las relaciones. El destino de los clubes de barrio es una buena metáfora de este fenómeno. En ese sentido, supongo que la nostalgia tiene cierta justificación. Lo primero que llama la atención de las fotos de Alejandro Lipszyc es su belleza. Cada club tiene sus colores, claro, y Alejandro ha sabido aprovechar esa condición objetiva para sacar jugo subjetivo. Alejandro pone la cámara en lugares donde no sólo se capten los colores de cada club, sino que éstos, esa pintura vieja, o incluso de diseño antiguo, sirva para establecer el camino al pasado del que hablaba antes.

Las fotos son todas interesantes, y la mayoría de una gran belleza, incluso abstracta. La que más me llamó la atención es una del Club Sportivo Barracas (creo, porque escribo de memoria, no sé que hice con mis notas), en la que aparece una foto de siete nadadores de los años 20 sobre un muro en proceso, al parecer permanente, de reparación. En esta foto domina el gris, como en otras el azul o el rojo. Y con el gris, una sensación del paso de un tiempo que no sé si fue mejor, pero que pasó. Hay otra foto, la de una piscina cubierta, que con el reflejo del agua apunta a esa abstracción y belleza formal que digo. Esta interpretación de los clubes por medio de la belleza y la forma apunta al amor con el que está hecho este trabajo: a un amor por la ciudad y sus viejos clubes.

Roger Colom, 24-10-2008

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